El Asesino de las Miradas Tristes:
Remolinos de polvo se alzaban con las risas y ladridos
un juego tan puro y lindo de dos amigos
ja ja ja… guau guau guau…
que se eleven estos gozos hacia el más allá.
Jugando a ser dios, encontrando salvación
en las pequeñas manos que vencieron al dolor.
I
En una mañana de fuerte sol, las risas de Manuel y los ladridos de su mejor amigo Toby se elevaban con el soplo del viento; formando remolinos de polvo en la calle de los olvidos; en un barrio donde el agua es un lujo y la electricidad es un sueño lejano de mil voltios. Manuel Pincay jugaba con su perro; mataba el aburrimiento con el ser que quizá más le entendía y quería en este mundo, un raquítico can de color pardo; de raza desconocida y de ojos color sumisos; que felices eran… eran; porque dicen que la felicidad del pobre dura poco.
Así fue; en pocos segundos las risas y ladridos se transformaron en gritos y aullidos de dolor en la espesa capa de polvo que lentamente ocultaba el hecho hasta que desapareció, un trágico cuadro se mostró, Toby yacía en la calle con medio cuerpo destrozado (sus órganos expuestos) y Manuel en el más inconsolable momento lanzaba gritos de impotencia, derramaba sus lágrimas sobre su compañero y estas mezclándose con la sangre y el polvo daban la firma del pintor; en el cuadro trágico expuesto…
Los curiosos obviamente aparecieron, tambaleante a lo lejos un hombre sin camisa se abría paso entre la muchedumbre llamando a Manuel…
- ¿Manuel estás bien, qué pasó? -preguntó su padre-
- Papá… atropellaron a Toby por favor has algo cúralo
- Esta muy mal herido tu perro; Manuel; lo mejor será acabar con su sufrimiento…
- ¿A qué te refieres?
- Pues… no va a poder salvarse y antes que siga sufriendo lo mejor sería matarlo
- ¡No papá!
- Lo siento hijo es lo mejor… hágase a un lado
- ¡Espera papá! si alguien lo tiene que hacer, ese seré yo…
Con sus pequeñas y temblorosas manitas Manuel busco entre la arena una piedra, un palo, algo para acabar con el sufrimiento de Toby; sin encontrar nada, lo miró fijamente a los ojos se acerco a sus largas orejas; susurró un par de palabras y empezó a ahorcarlo.
Perecería increíble pero el acto duró más de diez minutos, Manuel miraba fijamente a Toby y viceversa, únicamente el can se sacudió en su último suspiro de vida, pero en aquellos largos minutos Manuel pudo entender que su amigo le agradecía; con la mirada más triste que había visto en su vida, está se fue tornando de paz hasta quedarse en nada… nadie de los curiosos había podido soportar los extensos minutos de sufrimiento del perro, sólo Manuel y su padre ebrio se quedaron para recoger el cadáver de Toby que fue puesto en una bolsa de basura y arrojado a una quebrada con una última lágrima que jamás toco la tierra porque fue secada.
Manuel Pincay apenas era un niño de 9 años cuando descubrió algo que todos llevamos dentro, ese algo que nos hace únicos e irrepetibles, ese algo que nos lleva a crear nuestro propio cielo o infierno… Manuel jugó a ser dios y esta vez ganó.
II
Era el último día de clases en la primaria, habían pasado tres años desde aquel hecho en el que; sin darse cuenta Manuel había marcado su vida. Iba caminando por las polvorosas calles de su barrio con la mirada gacha, en sus expresivos ojos se podía condoler hasta el propio firmamento y puesto a llover si tan sólo él alzase su vista… así era la mirada de aquel niño, tan triste y siempre mirando al piso, como si en cada paso que daba fuese dejando pena en el camino.
Llegó a su humilde casa y al entrar…
- Mamá qué te ha sucedido en la cara? –preguntó Manuel
- Nada hijo… ya sabes; lo de siempre tu padre otra vez me golpeo
- No puedo creerlo aún sigue bebiendo… prometió dejar de hacerlo, también prometió ya no golpearte más…
- Ay hijo ¿de qué te sorprendes? Ya conoces a tu padre como es –la voz de su madre entre solloza y resignada se escuchaba; tomó aliento para preguntar- ¿dime cómo te fue en tu último día de clase mi niño?
- ¡Muy bien mamá! fui el mejor estudiante de la escuela y me prometieron una beca para el colegio
- Oh mi niño me alegro tanto, aséate para servirte de comer
- Si mamá.
El agua acariciaba las manos de Manuel, las pompas de jabón en sus manos explotaron en su subconsciente; haciéndolo recordar cuando con esas mismas manos apretaba el cuello de su perro, el agua se convirtió en sangre y las burbujas en dolor, se sintió mareado y vomitó…
- No tengo hambre mamá; me iré a recostar -Dijo Manuel a su madre
- Esta bien pero más tarde vienes a comer algo.
Recostado en su cama le daban vueltas las ideas y el estómago a Manuel, hace mucho tiempo que no recordaba a su amigo (al que asesinó) –¡Oh no!- se dijo- yo no asesiné a Toby le dí paz y ahora el está mejor… mejor que yo… mejor que yo… mejor que yo… –Hasta que se durmió.
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